Querido diario,
¿sabes que me llamo Darío y que hoy comienzo un diario? ¿Sabes que las calles son un puente que te llevan al mismo lugar? Eso lo pensé hoy mientras caminaba
por un callejón empedrado. Noté que ir de un lado a otro de la acera era ir a ningún sitio. Ir del inicio de la hoja hasta su pie es cruzar una calle. Calle, no hay más espacios para voces
¿También sabes que no fue idea mía el comprar un cuaderno de hojas blancas y una pluma de color verde, y que un trozo de carne dejado a merced de los deditos del sol después de un tiempo no es más que un montón de gusanos retozando en medio del calor? Y luego una mancha negra con la que se embriagan los pastos y el olvido se sacia
El doctor dijo, serio como siempre, que escribiera sobre mí
Eso lo haré mañana, hoy prefiero hablar de esta ciudad cuyas fronteras se escapan de la vista siempre inconstantes
Por la mañana están frente a mi ventana y en el ocaso su perfume vaga por las ulteriores tierras lejanas que no he conocido y deseo tanto ver
Hago un rayón sin forma, le siguen trazos rectos que se cruzan en puntos abismales de la hoja. Pongo nombres a las montañas, números a las carreteras
Garabatos que dan claridad a una valle de estalagmitas
¿Sabes, querido diario, que esta metrópoli está por caducar?
Hoy caminé por la avenida principal y percibí aromas que atentaron primero contra mi nariz, luego contra mi estómago y finalmente turbaron todos mis sentidos
El medio día no es más que un concierto infernal de pestilencias


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